viernes, 6 de mayo de 2011

LA GUERRA SECRETA



La primera Gran Resurrección fue apenas el inicio de una serie de extraños eventos post-apocalípticos. La guerra librada entre vivos y muertos durante la primera mitad del siglo XXI transfiguró los órdenes establecidos entre los límites de la realidad y la ficción. Todo parecía reductible a una película de terror de John Carpenter, atmósfera diabólica, enrarecida, tremebunda, desde donde podrían emerger relatos de extraterrestres; de portales bidimensionales; de demonios y criaturas espeluznantes; de seres perturbados. Razas nocturnas que precedieron al final de la historia, tentadas por la ciencia ficción, surgieron del futuro removiendo las estructuras de la realidad condensada en el presente de dicho género, como quien agita una lata de arvejas provocando una reacción sísmica intrínseca al universo que amucha los incalculables mundos del futuro, golpeándolos unos contra otros. Hasta que un día del año 2.555 la actriz norteamericana Mary Elizabeth Winstead, abrió los ojos y despertó en un departamento de la calle Mitre, de Resistencia, Chaco, sin entender qué diablos hacía ahí, como quien se duerme una siesta en un lugar y despierta en otro después de un sueño pesado, dudando del sueño mismo, de la vigilia, del limbo, de la realidad, de la ficción y de la ciudad –de mierda– en la que le había –vaya a saber por qué– tocado aparecer. Sea como fuere en cualquier caso –de mierda o no–, el mundo siempre sabe cómo hacer para seguir rodando, sobreviviendo a los apocalipsis que él mismo engendró con sus empecinadas ucronías cósmicas y viajes en el tiempo. Por supuesto, todo –en la vida y en la muerte– tiene un costo y la confección de los relatos que estructuran la prosa del mundo no fue tarea sencilla. Sin embargo, lo que nadie imaginó nunca fue que la realidad y la fantasía fueran como espejos borrosos enfrentados, multiplicando su confuso universo dicotómico, por capricho de la literatura, la ciencia, la filosofía, el rock o vaya saber qué estructura de género noticiosa, hacia un tipo inclasificable de agujero negro,  cuyo revuelto de espacio-tiempo conduce directamente a una de las capitales más violentas del inframundo urbano, donde se esconde una temeraria villa espacial fuertemente defendida por una muralla forjada con la carne y los huesos de los Condenados y ubicada en las afueras de Resistencia City, sobre las ruinas del puente Belgrano y de la ex Ruta 16, encima de las rojas turbias aguas del río Paraná, detrás de una serie de edificios antigravitarios, de fachada triste y oblicuos ventanales, abandonados hace décadas atrás luego del éxodo masivo de los vivos. Detrás de unos puestitos de venta de androides usados y junto al portón estelar de ingreso a un prostíbulo regenteado por deformados hombrecitos verdes, se revela un callejón o pasadizo, húmedo y oscuramente siniestrado, encima del cual se levanta un cartelito aparatosamente luminoso de letras atiborradas que deja leer: ENTRADA A CREMĀTUS